Antes de empezar, os dejo aquí el enlace a la obra completa de Frankestein en pdf
FRANKESTEIN Y DRÁCULA,
¿HERMANOS DE SANGRE?
Dos exitosos escritores, la
británica Mary Shelley y el irlandés Bram Stoker, se apoyaron en
dos mitos de la literatura de terror y en una misma tradición
cultural originaria de Europa del Este para inventar a sus monstruos.
¿Qué tienen en común Frankestein y Drácula?
Asustado,
vaga por el bosque en busca de alguien que le acepte por quién es y
no por su semblante. A kilómetros de distancia, Stoker se inspiró
en un elegante y sofisticado
conde llamado Drácula que se vale de la noche para aterrorizar a los
vecinos y
alimentarse con su sangre.
Supuestamente, las obras de
ambos dramaturgos se ciñen en una costumbre cultural gótica,
fenómeno social acontecido en Gran Bretaña en el siglo XIX,como las
Penny Dreadful, una serie de la televisión británica-estadounidense
de suspense, cuya invención está ambientada en el Londres
victoriano.
Según el profesor de la
Universidad de Exeter, Nick Groom argumenta en su reciente libro que
las dos ficciones son realmente hermanas de sangre, ya que hay
caracteres vampíricos de la imagen icónica narrada por Shelley en
su novela divulgada en 1818.
Aunque
Frankestein apareció 80 años antes que Drácula, los orígenes de
la obras son textualmente iguales, dice Groom, quien
considera que los vampiros no fueron concebidos por los autores, sino
por médicos y funcionarios entre 1720 y 1730.
Esto no solamente desató
una amplia discusión médica, sino también llamó la atención de
filósofos y teólogos, ya que los primeros datos que se inscriben
sobre dichos clásicos eran que los vampiros se levantaban de entre
los muertos y asfixiaban a sus más cercanos amigos o familiares
antes de chuparles la sangre.
Hubo una alarmante cantidad
de testigos quienes afirmaban la presencia de estas criaturas de la
noche y los médicos confundidos, buscaban evidencias forenses sobre
ellas.
Por
una parte Mary Shelley ideó a Adan, un monstruo que imitaba las
habilidades de los chupadores de sangre, atacando
a los parientes más cercanos de su creador Víctor, para finalmente
ser quemado en una hoguera.
En el siglo XVIII se
estimaba que la cremación era una manera segura de deshacerse de la
criatura, método que se legitimó después en 1885.
La autora también introdujo
los avances de la medicina y la ciencia en su novela, atraída por
las pesquisas del doctor John Polidori creador del vampiro romántico
y las ideas de anatomía de su pareja, Percy Shelley.
Como
señala el experto, el primer cuento de vampiros en inglés y
Frankestein fueron concebidos durante el verano de 1816 en una villa
a orillas del lago Lemán. Las dos historias guardan similitudes que
han sido obviadas. El
artífice de Víctor Frankestein no es evidentemente un monstruo,
pero está metido en un aura psicótica de vampirismo.
Vlad acostumbraba a someter
a sus enemigos a pena de muerte por empalamiento (técnica de
ejecución donde la víctima era traspasada con una estaca en
cualquier parte del cuerpo).
La
historia relata a un elegante conde Drácula, quien recibe en su
castillo a Jonathan junto con su prometida Mina. El
anfitrión resulta enamorarse locamente de la mujer y con sus
artimañas logra seducirla y convertirla en vampiro igual que él.
Un doctor amigo de la pareja
valiéndose de sus conocimientos sobre vampiros, busca en los
aposentos del conde y consigue un ataúd donde vivía Drácula
realmente y antes del atardecer corta su garganta con un cuchillo
kukri mientras Quincey, otro amigo de Jonathan, lo apuñala en el
corazón.
Previamente y a petición de la joven, el corazón es atravesado por una estaca para salvar su alma.
Más allá de los argumentos
hay una historia tras estas creaciones. Cuentan historiadores que
Lord Byron y John Polidori, junto con la pareja Percy y Mary Shelley,
acostumbraban a mantener veladas nocturnas donde debatían sobre
temas de la vida.
En una oportunidad
decidieron relatar cuentos de terror aprovechando el clima, la
borrasca y además el ambiente fúnebre de la mansión que ayudaba a
la imaginación.
Esa
noche Byron retó al grupo a escribir un relato de terror cada uno.
Solamente Mary asumió el reto e inspirada por una pesadilla sobre un
ser que volvía a la vida después de una descarga
eléctrica, escribió
Frankestein que concluyó años más tarde.
Stoker
tuvo el concepto de su novela desde 1890 aunque tardó siete años en
publicarse. Esta
se plasmó en notas de libretas, diarios y servilletas. Sugestionado
por una chica llamada Mercy considerada la última vampira de Nueva
Inglaterra, completó la obra que tenía gran parte planificada en su
mente.
Curiosamente los novelistas
nunca se conocieron, de hecho Shelley murió cuando Stoker era un
niño de cuatro años.
Con
el tiempo sus relatos adquirieron prestigio y como se sabe cada
personaje tiene un origen, pero el convertirse en íconos se debe en
buena parte a la industria del cine. Legendarios
actores como Bela Lugosi y Boris Karloff fueron los garantes de
germinar en los estudios de Hollywood dos interpretaciones
contemporáneas del mito en 1931.
Drácula y Frankestein: Fueron tan magistrales que sellaron para siempre sus carreras y personalidades.
También hubo escritores de la televisión que popularizaron una comedia donde los dos personajes clásicos de la literatura de terror, cohabitaban como familia con nombres propios. Drácula (Sam) y Frankestein (Herman Monster), suegro y yerno respectivamente. La serie se denominaba ‘The Munsters’ era presentada en la CBS y como contraparte, la cadena ABC también tenía su propuesta ‘The Adams family’.
Frankestein
y Drácula forman parte de una creación simbólica del horror
moderno, son
los ideales de una sociedad que anhelaba descubrir los secretos de la
naturaleza, inmortalidad y experimentación científica.
1 Una vez leído Drácula, ¿cuál crees que es su tema fundamental? ¿Por qué?
Drácula puede leerse como un relato sobre la lucha del bien contra las fuerzas
del mal, representadas por los vampiros. Es también una historia sobre el conflicto entre las antiguas supersticiones, que van perdiendo fuerza, y la implantación de las ideas modernas en la Inglaterra victoriana.
El conde Drácula tiene unos poderes sobrenaturales que la mayoría de los personajes de la novela no reconoce al principio. El doctor Seward, que lo aborda
todo desde un punto de vista científico, asume que la enfermedad de Lucy ha
de tener una explicación lógica. Pero Van Helsing, que también es un científico,
está convencido de que a Lucy le ocurre algo más siniestro, y de que la medicina
sola no puede curarla. Recurre, pues, a una serie de supersticiones, como el ajo
y la estaca de madera hundida en el corazón, y a símbolos religiosos como la
cruz y las hostias consagradas. Además, sus compañeros y él utilizan toda suerte
de inventos modernos, como las armas de fuego y los trenes, para derrotar al
malvado conde.
Un tema menor que surge de vez en cuando en la novela es la idea de que el
genio y la locura tienen aspectos en común. Así, por ejemplo, Van Helsing y
Renfield, el brillante profesor y el maníaco zoófago, son los dos únicos personajes del libro que creen desde el principio en la existencia y en los poderes de
Drácula. Renfield toma la decisión de servirle, y Van Helsing la de luchar contra
él con todas sus fuerzas.
2 En su castillo, el conde Drácula se ausenta al llegar el día. Sin embargo, a lo largo de la novela se le ve varias veces a la luz del sol. ¿Cómo puedes explicarlo?
¿Por qué crees que lo hace?
Suele creerse que los vampiros entran en combustión y arden al contacto con
la luz solar. Es una creencia fomentada por el cine, ya desde la primera película
de vampiros: el muerto viviente que se estremece al recibir un rayo de sol y se
carboniza. Sin embargo, en la novela original no ocurre así. Al amanecer, el conde ve muy mermadas sus capacidades y prefiere descansar, pero no muere, y es
capaz de seguir cometiendo sus fechorías.
3 Drácula es un personaje literario, parcialmente basado en un personaje histórico, el sanguinario Vlad Tepes. ¿Se te ocurren otros ejemplos de personajes
literarios basados en personajes reales? Cita algunos.
Respuesta libre.
Indicamos algunos ejemplos: Robinson Crusoe, el protagonista de la novela del
mismo título de Daniel Defoe (1660-1731), se basa en la aventura de un náu-
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frago auténtico, Alexander Selkirk, a quien Defoe llegó a conocer. El diácono
William Brodie, que llevaba una vida secreta como ladrón, inspiró la novela El
Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson (1850-1894). Sherlock Holmes,
el detective creado por Arthur Conan Doyle (1859-1930), es un trasunto de Joseph Bell, su antiguo profesor en el Edinburgh Infirmary de la Universidad de
Edimburgo, que mediante la observación precisa y la deducción lógica llegaba
a averiguar datos personales de sus pacientes, antes de que estos llegaran a abrir
la boca.
4 Drácula es una novela epistolar, es decir, una novela cuya trama ha sido construida principalmente con una sucesión de cartas o epístolas, escritas por sus
personajes. Naturalmente, en el libro hay otros elementos, como telegramas
y recortes de periódicos, pero las cartas predominan. ¿Qué ventajas crees que
puede aportar el género?
La principal ventaja es que el lector tiene, en principio, una mayor facilidad
para captar el punto de vista de cada personaje. Por contra, en manos de un
escritor inexperto la técnica puede parecer repetitiva, y en alguna ocasión las
historias podrían llegar a superponerse o a contarse dos veces.
Llama la atención, por cierto, que Drácula, novela muy precisa en cuanto a las
fechas, no cite en algún lugar el año de la acción.
Otras novelas epistolares de renombre son Julia o la nueva Eloísa, de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos
(1741-1803), Las cuitas del joven Werther, de Goethe (1749-1832), y Pobres gentes,
de Dostoyevski (1821-1881).
5 ¿Crees que los vampiros siguen siendo populares? Desarrolla el tema.
Aunque el personaje de Drácula debió resultar particularmente excitante en la
reprimida época victoriana, parece seguir siéndolo en la actualidad. Y es que el
tema del amor que vence a la muerte tiene un interés universal. En la actualidad
existen numerosas sociedades en torno a Drácula, que hacen reuniones, viajan
y publican sus propios folletines. Ahí está, por ejemplo, la Sociedad Transilvana
de Drácula, fundada en Bucarest en 1991, una organización internacional de
gente interesada en el conde Drácula, el antihéroe de ficción de la novela de
Stoker, y en la historia del príncipe Vlad Tepes o Vlad Dracula, que dio su nombre al conde. Dicha sociedad discute, analiza y celebra el mantenimiento del
mito de Drácula en el mundo moderno, y tiene filiales en muchos países, desde
Italia a Canadá y a Japón. Están también el Club de Fans del conde Drácula, con
sede en Nueva York, la Sociedad del Conde Drácula, con base en Los Ángeles,
que fomenta con premios anuales la elaboración de estudios sobre películas de
terror y obras de la literatura gótica, y el Centro de Investigación sobre Vampiros, único en su género, que distribuye cuestionarios entre las personas que
creen que son vampiros o que sospechan que alguien lo es, y luego los entrevista
para intentar establecer un censo de vampiros auténticos. Según el Centro, en
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Norteamérica hay de 150 a 200 «vampiros reales», y quizá unos 500 repartidos
por todo el mundo.
La imagen popular del vampiro ha evolucionado desde el depredador repulsivo
de las antiguas leyendas hasta convertirse en una figura misteriosa, seductora y
romántica. Buena prueba de ello es Crepúsculo, la novela de Stephanie Meyer,
con sus secuelas correspondientes, todas ellas llevadas al cine.
El tema vampírico, que tiene en Drácula su máxima expresión literaria, parece
seguir disfrutando de una salud excelente.
6 Escribe tu opinión general sobre la obra, valorando los aspectos que te han atraído más y los que menos.
Respuesta libre.
Extraído de:
https://www.larousse.es/catalogos/soluciones/IJ00567001_9999971349.pdf
FRANKENSTEIN, de Mary Shelley
Frankenstein, 1816: el año que nació un monstruo
El
año 1816 ha
pasado a
la historia como el "año sin verano". La
erupción del volcán Tambora en Sumbawa (Indonesia), el 10 de abril
de 1815, liberó toneladas
de polvo de azufre que se extendió por todo el planeta, provocando
un
duradero enfriamiento que
alteró el ciclo agrícola y llegó a producir
hambrunas. Estos
efectos se hicieron sentir incluso en Suiza. Allí, en Coligny, cerca
del lago Lemán, en una elegante mansión llamada Villa Diodati,
se habían
instalado aquel
verano un grupo de amigos llegado de Inglaterra: el poeta Percy B.
Shelley; su entonces amante, Mary Godwin; el célebre escritor Lord
Byron; su médico y secretario personal John Polidori, y Claire
Clairmont, la hermanastra de Mary.
Como
buenos románticos, los residentes en Villa Diodati amaban la
Naturaleza, estaban fascinados por los avances de la ciencia y
adoraban las historias de terror gótico. A causa de la climatología
se vieron obligados a quedarse largo tiempo encerrados en casa y se
aficionaron a pasar las
veladas
leyendo
relatos de terror. "La
lluvia incesante nos confinaba en
la casa. Unos volúmenes de historias de fantasmas cayeron en
nuestras manos [...]
Están tan frescos en mi mente como si los hubiera leído ayer",
recordaría Mary años más tarde.
También
comentaban los avances de una ciencia que, por entonces, aún tenía
un cierto tinte mágico. Les
fascinaban en particular los experimentos científicos ligados a la
electricidad, como los de Luigi Galvani,
consistentes en mover las patas de una rana mediante una descarga
eléctrica, así como las especulaciones de
Erasmus Darwin sobre la posibilidad de devolver la vida a la materia
muerta gracias a los impulsos eléctricos.
De
esta forma, entre historias de fantasmas, experimentos y lecturas, el
encierro fructificó generosamente
el día que Lord Byron propuso que cada miembro del grupo escribiera
una historia de terror. Así
se hizo, y el resultado fueron dos obras maestras de la literatura
fantástica: El
vampiro,
de John Polidori –la historia de un seductor aristócrata que deja
sin sangre a todas las mujeres que caen en sus redes, antecedente
del Drácula de
Bram Stoker (1897)–, y Frankenstein,
de Mary Shelley.
Mary Shelley, Frankenstein y la ciencia
Apunte
inicial…
Cabía
esperar que Frankenstein o El moderno Prometeo,
considerada la primera novela de ciencia-ficción, un género que ha
ido creciendo en estos doscientos años, tuviera referencias al
mundo científico, pero lo cierto es que, no sólo el contenido
sino también el contexto y las fuentes de inspiración se pueden
enmarcar en la ciencia y sus derroteros. Es así como se han
dividido en esos tres niveles las referencias científicas de la
novela.
Una
atmósfera propicia. Geología y climatología.
Algo
que debemos tener claro todos los lectores de Mary Shelley es
que Frankenstein no hubiera visto la luz si “el
año sin verano”, uno cargado de temperaturas gélidas y lluvia,
no hubiera acontecido.
Durante
el 5 y el 10 de abril de 1815, el monte Tambora, un volcán situado
en Sumbawa, en el archipiélago indonesio, entró en erupción
arrojando a la atmósfera inmensas nubes de material procedente del
interior terrestre. Millones de toneladas de cenizas volcánicas y
otras tantas de dióxido de azufre quedaron en suspensión en la
atmósfera y dieron la vuelta a la Tierra en dos semanas. Este velo
de partículas cubrió el planeta y reflejó la luz del sol,
enfriando las temperaturas, atmosférica primero y oceánica
después, haciendo que 1816 pasara a ser uno de los años más fríos
conocidos. Las nieves cubrieron buena parte del hemisferio norte
hasta bien entrada la primavera y las bajas temperaturas echaron a
perder las cosechas. Con este panorama se calcula que más de 90.000
personas murieron como consecuencia directa e indirecta de la
erupción de este volcán, una de las más grandes de la historia
documentada.
Pero
este año sin verano no sólo trajo ruina y miseria, sino que
propició un clima adecuado para engendrar a la “criatura” de
una Mary Wollstonecraft (en aquel tiempo Godwin) que cruzaba los
montes Jura hacia Ginebra bajo "grandes copos de nieve, espesos
y veloces". A orillas del lago Lemán, pasó junto a su amante,
su hermana y otros dos amigos una estancia gris, lúgubre y plomiza,
en la que la mayor parte del tiempo llovió. "Los truenos
estallaban de forma aterradora sobre nuestras cabezas", anotó
Mary mientras pensaba en su historia de fantasmas.
William
Turner. 1817-1820. La erupción del Vesubio.
Infundir
una chispa de vida. Dos puntos de partida y una incógnita.
Como
cualquier otra novela de ciencia-ficción, su autora se basó en dos
descubrimientos en materia científica de la época.
En
primer lugar hay que citar los experimentos de Luigi Galvani sobre
la naturaleza eléctrica del impulso nervioso y la contracción
muscular alrededor de 1780. El fisiólogo y físico italiano, tras
descubrir de manera fortuita que al aplicar una pequeña corriente
eléctrica a la médula espinal de una rana muerta, se producían
grandes contracciones musculares en los miembros de la misma,
comenzó a divulgar este hecho en diversas conferencias, animando a
reproducir estos experimentos una y otra vez. A ello se uniría
Giovanni Aldini, su propio sobrino, cuando en 1803 empleó la
electricidad para animar los miembros de George Forster, un criminal
ejecutado en Londres, y hacerlo bailar la llamada "danza de las
convulsiones tónicas" ante una audiencia horrorizada.
Es
así como la “electrogénesis” daría lugar a foros de
discusión y controversia en toda Europa y parte de América, de los
que no sólo participarían científicos reputados como Alessandro
Volta, sino que también se harían extensibles a otros ámbitos.
Léase el grupo de amigos que pasaron ese frío verano en Villa
Diodati hablando de "la naturaleza del principio vital".
Y es
que no debemos olvidar que estos cinco amigos pertenecían a
círculos sociales de gran riqueza cultural. Tanto es así que Mary
Shelley había asistido en 1814, a una conferencia de Andrew Crosse,
un estrambótico experimentador que había transformado su propiedad
campestre en un gran laboratorio eléctrico, también conocía los
trabajos de William Nicholson y Humphry Davy, pioneros de la
electricidad en Gran Bretaña y amigos de su padre, y que leía
el Elements of Chemical Philosophy del propio Davy,
del que integró algunas frases en el discurso del Dr. Waldman, el
profesor de Víctor Frankenstein, en su novela.
En
segundo término debemos hablar de la “resucitación
cardiopulmonar”, una técnica precursora de nuestra
reanimación cardiopulmonar que vio la luz a finales del siglo XVIII
y con la que Mary W. Shelley estaba familiarizada. Primero, porque
antes de que ella naciera, su propia madre, Mary Wollstonecraft,
había sido reanimada tras intentar suicidarse arrojándose al
Támesis. Y segundo porque uno de los reanimadores más conocidos,
el médico escocés James Lind, fue mentor y una gran influencia
para Percy Shelley durante sus años escolares en Eton.
Ante
estas dos claras influencias en la concepción de Frankenstein,
hay que llamar la atención sobre una tercera más controvertida, la
figura de Johann Conrad Dippel. A pesar de las enormes coincidencias
entre la figura del Dr. Frankenstein y este alquimista alemán de
quien se cuenta que robaba cadáveres para reanimarlos con una
poción de su invención, que nació precisamente en el castillo de
Darmstadt (el de la novela), no se sabe con certeza si Mary se
inspiró en su figura ya que, a pesar de estar documentado que ella
y Percy visitaron el castillo en 1814, nunca quedó reflejado en su
diario de viaje.
Cotejado
o no, el caso es que todas estas coincidencias científicas nos
revelan como Mary Shelley pensó en una criatura "fabricada,
ensamblada y dotada de calor vital".
Los
pilares científicos del discurso
Llega
el turno a las interpretaciones que unos y otros hacemos de la
novela y su relación con algunos aspectos de la ciencia. Aunque
podemos relacionar Frankenstein con varios temas
afines como la medicina regenerativa, los trasplantes de órganos,
las patologías psiquiátricas (fíjense en ese Dr. Frankenstein
obsesionado y enajenado), la ciencia forense, la tanatología o las
patologías deformantes (recuerden el concepto quimérico de los
monstruos), me he querido centrar en los tres pilares más obvios y
contrastados: el científico y su universo, la ética científica y
la exclusión competitiva.
Como
cualquier otra obra de ciencia-ficción, esta recoge la figura de un
científico que se debate entre lo personal y lo profesional. Víctor
Frankenstein es un hombre de extremos cuya obsesión le lleva a una
carrera a contrarreloj para alcanzar una gloria que tiene más que
ver consigo mismo que con lo filantrópico. No obstante y teniendo
en cuenta el panorama de la sociedad científica de la época y las
grandes figuras que, como Benjamin Franklin, la abanderaban (de
hecho Immanuel Kant le dio el apelativo de “el moderno Prometeo”)
se intuye en la obra de Mary Shelley cierto deje hacia el progreso,
es decir, el científico deja entrever los fines sociales de su obra
buscando un utilitarismo manifiesto en ella a pesar del supuesto
tono egocéntrico que prima en su figura. Sin duda es un debate en
el que cualquier científico de ayer y hoy se ve inmerso.
Lo
mismo sucede con la ética científica. Es así como el Dr.
Frankenstein sufre una debacle interior al percatarse de que su toma
de decisiones, en este caso científicas, tiene unas consecuencias
nefastas e incontrolables, máxime cuando estas se relacionan con la
creación de un organismo vivo capaz de sentir y pensar.
A mi
juicio quizá sea el punto más interesante de la obra y que puede
servir a científicos en ciernes a meditar sobre la causa y efecto
de la Ciencia. Son pocas las personas de ciencia que no hayan
entrado en el discurso de lo ético cuando se ven envueltas en la
dicotomía moral. Véase la figura de Albert Einstein y sus
encontradas opiniones sobre la construcción de bomba atómica antes
y después de detonarla sobre Japón. Mientras que en un principio
era partidario de su desarrollo, su visión cambió de manera
rotunda cuando constató las nefastas consecuencias que tuvo sobre
otros seres humanos.
En
este punto y por hacer un apunte histórico específico relacionado
con la bioética más académica, cabe destacar la inclusión
de Frankenstein en esa pugna entre el mecanicismo y
el vitalismo, dos corrientes que tuvieron profundas consecuencias en
el pensamiento científico de la época por sus implicaciones de la
definición de la vida y la muerte
Andy
Warhol. 1980. Albert Einstein.
Por
último debemos apuntar al carácter predictivo de Frankenstein, más
concretamente sobre el “principio de exclusión competitiva”,
un concepto nacido en 1930 que nos ayuda a entender la biología de
las especies invasoras, pues nos habla de la competencia por
los recursos naturales entre especies diferentes que conducen a la
extinción de una de ellas.
Esto
se relacionaría con la escena en la que la criatura se encuentra
con su creador y le solicita una compañera que mitigue su soledad.
Además, el monstruo distingue sus necesidades dietéticas de las de
los seres humanos y expresa su disposición a habitar en las selvas
de América del Sur, sugiriendo exigencias ecológicas diferentes.
El doctor Frankenstein accede inicialmente a la petición, dado que
los seres humanos tendrían pocas interacciones competitivas con un
par de criaturas aisladas, pero se arrepiente de su decisión
después de considerar la capacidad de reproducción de las
criaturas y la probabilidad de extinción humana
Punto
y final
Frankenstein ha
cumplido dos siglos, doscientos años de tantas cosas, que sigue
siendo una obra imprescindible de la literatura, un espejo del mundo
y, sobre todo, en el que contemplar nuestra humanidad.
Bibliografía
Jean
Pietro Miscione. 2015. Las ranas de Galvani, la pila de
Volta y el sueño del doctor Frankenstein. Hipótesis. Apuntes
científicos uniandinos, 18: 54-65.
Mary
Shelley. 2017. Frankenstein. Annotated for Scientists,
Engineers, and Creators of All Kinds. Edited by David H. Guston,
Ed Finn and Jason Scott Robert. Introduction by Charles E. Robinson.
Essays by Elizabeth Bear, Cory Doctorow, Heather E. Douglas,
Josephine Johnston, Kate MacCord, Jane Maienschein, Anne K. Mellor,
Alfred Nordmann. 320 pp. Cambridge: The MIT Press.
Mary
Shelley. 2018. Frankenstein. Ilustraciones de Elena
Odriozola. Madrid: Nórdica Libros. 261 pp.
Beatriz
Villacañas. 2001. De doctores y monstruos: la ciencia como
transgresión en Dr. Faustus, Frankestein y Dr. Jekyll and Mr. Hyde.
Asclepio, vol LIII-1: 197-211.
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